Por Carmen Duerto
No es
que hace unas décadas Bilbao no fuera interesante para el turismo, es que
apenas era una ciudad incorporada en las agencias de viajes. El punto de
inflexión es el 18 de octubre de 1997, fecha en la que se inaugura el Museo
Guggenheim a orillas del río Nervión, desde ese momento la ciudad atrae
anualmente a turistas de todo el mundo. El retorcido
edificio de Frank Gehry, que hasta
septiembre ofrece una retrospectiva del norteamericano Jeff Koons, se convierte
en un polo de atracción internacional. Desde luego no es el único atractivo,
también su interesante Museo de Bellas Artes, con exposición de moda hasta
septiembre, y al ser Bilbao una ciudad a la medida humana, uno de los mayores
placeres lo proporciona pasear por su Gran Vía y comprar un pastel ruso, una
palmera de chocolate o un par de trufas en la centenaria pastelería Arrese,
fundada en 1852, y así, con energía, llegar hasta la Plaza Nueva o reservar
entradas para escuchar cualquier ópera de las que se programan en su Palacio
de Congresos y de la Música. Ninguna defrauda gracias a su Asociación de Amigos
de la Ópera. La 64 temporada comienza el 24 de octubre de 2015 con Don
Carlos de G.Verdi
Capítulo aparte merece su apasionante gastronomía. Toda
Vizcaya es un espectáculo gastronómico, pero Bilbao tiene unos cuantos lugares
de obligado peregrinaje que hay que conocer y disfrutar. En cuanto a pintxos la
oferta es apasionante, hay locales que disponen de una carta de mil pequeños
bocados y eso es algo mayestático e incluso, se pueden digerir con un estupendo
vino recio de las bodegas Hemar del pueblo de Fuentecén en Ribera del Duero. Donde
el “nariz” y propietario, Carlos de las Heras, consigue caldos tan redondos
como el Llanum, con uva tempranillo vendimiada en 2012 y del que se han
producido 3.500 botellas.
Luego, están los restaurantes que requieren su tiempo
para apreciar la obra de arte que a uno le ponen por delante, como el
restaurante de Josean Alija, el Nerua con una estrella Michelín, dentro del
museo Guggenheim y que dispone de una cocina abierta donde se puede ver la
armonía con la que cocinan más de 20 personas de una ONU de nacionalidades y en
un mismo espacio dividido por secciones, zona de postres, zona de primeros, de
sopas y etc. El salón, con vistas al edificio de Gehry y a la ría, es austero,
pero su menú degustación de once platos requiere un tiempo y un espacio propio.
Aquí sólo apuntaré que esos tomatitos cherry de diferentes colores, cada uno
con una explosión en la boca diferente, son un primer bocado anuncio de unas
quisquillas, vainas y melocotón soberbias, como las kokotxas de bacalao con
pilpil de berberechos que quisieras repetir pero no puedes porque hay que dejar
sitio a un Rabito de cerdo ibérico, con melón y maracuyá que quita el sentido y
a unas chalotas en salsa negra que quieres adoptarlas para siempre en el menú
de tu casa.
Otro de esos templos gastronómicos que merece una parada
es el restaurante de Fernando Canales, El Etxanobe, dentro del palacio
Euskalduna, sede de la temporada de ópera. Además de su originalísima
decoración, la cocina es de estrella Michelín y el servicio impecable. Su carta
es como su chef, con sentido del humor, por ejemplo, el aperitivo que te sirven
es un pintalabios de sardina con calimocho. El ajoblanco de almendras marconas con
trufa blanca y bolitas de caviar es para llevarse un litro a casa en un tupper
y la costilla de cerdito autóctono vasco, que llaman euskaltxerri, se deshace
en la boca con un sabor delicioso y ese final de fiesta con la mousse de
naranja con chocolate blanco con hidrógeno a -190 grados, es de saltarse las
lágrimas. Un espectáculo gastronómico.
Y para bajar todas estas calorías, lo mejor es pedir cita
en el Oriental Spa, un lugar que te traslada a la mismísima Tailandia, no
sólo porque la decoración sea original e incluso, con verdaderas obras de arte
oriental, es que sus masajistas te hacen sentir como en una pagoda tai. El
silencio, el entorno en penumbra, el sonido del agua, el olor a incienso, las
velitas alumbrando los escalones y las deliciosas manos y extremidades, ya que
algunas técnicas requieren que utilicen las plantas de sus pies sobre tu
cuerpo, te hacen sentir en la Gloria.
Para alojarse, lo mejor es escoger un hotel céntrico que
nos permita ir andando a los lugares emblemáticos. Yo encuentro que el Gran
Hotel Dómine Bilbao Silken, un cinco estrellas enfrente justo del Guggenheim,
es perfecto. No sólo por su ubicación, luz o grandes ventanales en las
habitaciones con vistas al museo, si no por su servicio, limpieza,
insonorización y detalles, por ejemplo, en las habitaciones cuentan con DVD de
óperas y el desayuno es un espectáculo, en la terraza con vistas al retorcido
museo con su perrito Poppy de Jeff Koons, que se instaló para la inauguración y
la ciudad lo acabó adoptando como emblema.
Y quizás el único pero que le pondría al fin de semana en
Bilbao, es que su aeropuerto sea un despropósito, con goteras y suelo pulido
por el que resbalas con el agua que se filtra y que en el tren a Madrid, se
tarde más que en el autobús.
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