martes, 26 de junio de 2012

Solan de Cabras








Esta es la crónica de un viaje a un lugar profundo, salvaje, poco transitado y sano. La visita al balneario de Solán de Cabras requiere su tiempo. Llegar en Ave a Cuenca es fácil y rápido, pero desde allí hay que continuar en coche -no hay otro modo- . Me pasé el viaje tomando notas, que he perdido, de esta forma sólo podré contar experiencias, que por otro lado y tratándose de aguas es lo más interesante.
Hora y media después, atravesando Mariana, La Frontera, Cañizares -donde vimos secar al sol y a la luna el mimbre- Vadillos y Beteta por la sierra verde y poco habitada de Cuenca, llegamos a una hoz horadada por el río Cuervo, entre tilos y robles centenarios y protegidos, baja un manantial que tiene tantos años que no se han detectado en él, por ejemplo, restos de la radioactividad de Chernobil o lluvias ácidas. Es un agua pura que según brota es recogida y embotellada, sin paso previo por ningún sitio que no sea la naturaleza y su cauce natural.
¿Por qué son aguas reales?
Estamos en el Valle de Solán a 950 metros sobre el nivel del mar. El agua, de un único manantial, brota a la temperatura de 21°C y con un caudal constante de 5.410 litros por minuto, se encuentra a poca distancia del Valle de Solán de Cabras. De ahí el nombre, dos cabras bajo un árbol.
Las instalaciones embotelladores no pueden crecer más porque el lugar está protegido, pero cuenta con un balneario al que llegó la Corte de los Austrias a curarse sus males y a intentar procrear porque se extendieron por todo el país las virtudes-leyendas curativas de estas aguas. Lo cierto, es que en la actualidad muchos médicos la recomiendan para los problemas de riñón por su escasa mineralización. Y es Real Balneario porque así lo quiso Carlos III y los que vinieron después.
Se conservan las antiguas instalaciones embotelladoras en piedra y los primeros envases, como frascas de cristal en color verde. El azul llegaría más tarde para proteger el agua de la luz. Se embotella en plástico y en cristal y tuve la oportunidad de ver las primeras unidades de un tamaño y tapón especial, ideado para deportistas. Me llamó mucho la atención, además de la escrupulosa limpieza, cómo inflan las botellas. Parten de un envase que parece una probeta, al meterlo en unos moldes le incorporan aire que además de hinchar esa especie de probeta inicial se queda grabado el escudo de Solán de Cabras en relieve.
Aquí, en este valle, no se producen los bisolanes de frutas, pero no paré de beberlos, creo que crean adicción. Los hay de manzana, naranja, limón y multifrutas. Son la locura y para combinados de verano bien frescos, es lo más.
Nos contaron historias de reyes, princesas y cabras que se curaban bebiendo estas aguas, todo pertenece al bagaje de la Casa, pero el mío ha sido una experiencia muy pero que muy agradable y saber que es una compañía española y que así ha sido desde el inicio, me agrada todavía más.
Si esto lo completas con un alojamiento en el Parador de Turismo de Cuenca y con comer en cualquier restaurante de la zona, y al día siguiente visitar el Museo de Arte Contemporáneo, es un plan tan atractivo que no cuesta repetir la experiencia cada cierto tiempo. Especialmente cuando se goza de la buena compañía de Mónica Borner, Julián Fernández, Rubén Bejarano y un grupo de colegas blogueros

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