Hora y media después, atravesando Mariana, La Frontera, Cañizares -donde vimos secar al sol y a la luna el mimbre- Vadillos y Beteta por la sierra verde y poco habitada de Cuenca, llegamos a una hoz horadada por el río Cuervo, entre tilos y robles centenarios y protegidos, baja un manantial que tiene tantos años que no se han detectado en él, por ejemplo, restos de la radioactividad de Chernobil o lluvias ácidas. Es un agua pura que según brota es recogida y embotellada, sin paso previo por ningún sitio que no sea la naturaleza y su cauce natural.¿Por qué son aguas reales?
Las instalaciones embotelladores no pueden crecer más porque el lugar está protegido, pero cuenta con un balneario al que llegó la Corte de los Austrias a curarse sus males y a intentar procrear porque se extendieron por todo el país las virtudes-leyendas curativas de estas aguas. Lo cierto, es que en la actualidad muchos médicos la recomiendan para los problemas de riñón por su escasa mineralización. Y es Real Balneario porque así lo quiso Carlos III y los que vinieron después.
Nos contaron historias de reyes, princesas y cabras que se curaban bebiendo estas aguas, todo pertenece al bagaje de la Casa, pero el mío ha sido una experiencia muy pero que muy agradable y saber que es una compañía española y que así ha sido desde el inicio, me agrada todavía más.
Si esto lo completas con un alojamiento en el Parador de Turismo de Cuenca y con comer en cualquier restaurante de la zona, y al día siguiente visitar el Museo de Arte Contemporáneo, es un plan tan atractivo que no cuesta repetir la experiencia cada cierto tiempo. Especialmente cuando se goza de la buena compañía de Mónica Borner, Julián Fernández, Rubén Bejarano y un grupo de colegas blogueros
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