publicado en el periódico diarioabierto por Carmen Duerto ( @cduerto)
La
isla de la Gomera es ese lugar en el que crees que nunca pasa nada y en el
que te entran unas ganas tremendas de retirarte a escribir un libro, ponerte a
pintar como si no hubiera un mañana o simplemente a pasar horas y horas leyendo
con el silencio como música de fondo. De acuerdo, es el punto más alejado de la
península ibérica y cuando Isabel II quiso mandar bien lejos por un ataque de
celos, a Beatriz de Bobadilla, la exilió a La Gomera y Cristóbal Colon la
escogió como último puerto antes de encontrarse con América en su camino hacia
las Indias, pero eso fue hace más de quinientos años y desde entonces, aunque
la isla no haya cambiado mucho, los 378 kilómetros cuadrados de isla se
conservan en su mayoría virgen y los transportes con el resto del archipiélago
canario y península hayan mejorado.
Si te dicen dime dos cosas de esta isla redonda, la
primera serían las curvas y la segunda, la visita al paraíso que ocupa el once
por ciento de la isla y se llama Parque
de Garajonay, el pico más alto de la isla con 1.487 m. Un reducto milenario
de los bosques húmedos que existieron por toda Europa. El reino de la laurisilva,
un ecosistema de dimensiones espectaculares y único en el mundo superviviente
de la Era Terciaría. Sólo por encontrarte en la inmensidad de ese espectáculo
de sonidos provocados por un bosque vivo y las infinitas variedades de verdes
alimentados por el agua y las nubes bajas que viven allí y le proporcionan una
humedad constante, merece un paseo aunque sea una vez en la vida y aunque sufras
de vértigo o te marees con las doscientas curvas que puedes acumular en tu
cuerpo durante tu visita a La Gomera. El parque de Garajonay fue declarado
Patrimonio de la Humanidad en 1986, años después, ese mismo honor se lo han
concedido al sistema tradicional de comunicación entre los gomeros, el silvo.
Un lenguaje sonoro con seis letras que se silva y que se estudia
obligatoriamente en el colegio para no perder esa seña de identidad única en el
mundo. El motivo por el que sus habitantes silbaban para comunicarse, es la
escarpada orografía del terreno, con este lenguaje sonoro salvaban los
barrancos y las montañas, cuando no existía el móvil.
Por si esto no fuera suficiente atractivo, también su
tranquilidad sísmica es relajante. Es la única isla que no registra una
erupción volcánica en los últimos dos millones de años. Se puede llegar a ella
por avión, cuenta con un pequeño aeropuerto, más para vuelos privados que
comerciales y una línea express de barcos, que en 40 minutos y por 32,20 euros,
te llevan comodísimamente de Tenerife a La Gomera. El alojamiento es limitado y
ahora comienzan a explotar, sus aproximadamente 24.000 habitantes, el recurso
turístico de las casas rurales, como alternativa al hotel convencional.
Tanto el parador nacional de turismo Conde de la Gomera, como
el hotel Jardín Tecina, son estupendas elecciones para pasar unos días en la
isla. El parador, enclavado en un precipicio rocoso en lo alto de la capital de
San Sebastián a cuya bahía llegan los ferrys, es sencillamente maravilloso. Su
construcción relativamente moderna, no tiene más de cuarenta años, es fiel a la
zona. Madera, piedra volcánica y mucha vegetación, es como un mini jardín
botánico con excelentes flambloyanes, dragos, pimenteros y cactus. Las vistas
espectaculares a la isla de Tenerife, la de Hierro y a la inmensidad del
Atlántico, las habitaciones regias, silenciosas y la comida sabrosa con el
toque austero gomero.
El hotel jardín Tecina, en playa Santiago, es un cuatro
estrellas más grande que el parador y con el atractivo de contar con el único
campo de golf de la isla. También está enclavado en un acantilado, lo que no es
raro, dado el origen volcánico de La Gomera. Son pequeños bungalows extendidos
a lo largo del acantilado entre una frondosa vegetación, esa privacidad es la
que busca todos los veranos la presidenta alemana, Ángela Merkel, que pasa unos
días de descanso alojada en este hotel gomero. Excepto si no te toca en la zona
de la piscina, donde el ruido constante de la potente depuradora, te puede
estropear el descanso, en el resto se disfruta del silencio y de los pájaros.
El mayor atractivo de la isla son las innumerables sendas
para andar por sus dieciséis espacios protegidos. Ordas de escandinavos,
provistos de bastones adaptados de esquí y zapatos cómodos, se lanzan por las
innumerables sendas abiertas a los excursionistas y poco a poco, también
comienzan a llegar aficionados a la bicicleta porque en estas subidas y bajadas
trepidantes, tienen la mejor oportunidad de “hacer piernas”. Degustar la oferta
gastronómica gomera pasa por varios puntos imprescindibles, el más impactante
es ir a Las Hayas a conocer a Efigenia, una señora que parece recibir en casa en
su restaurante La Montaña y por tanto, su comida es la típica de una familia
gomera; potaje de berros con gofio, lomo de cherne, baifo asado, vieja a la
plancha, mojo, almogrote (queso, aceite, ajos pimienta y tomate) y papas arrugas.
Hay quince bodegas en la isla y una uva llamada “perdida”
perfecta para hacer sus blancos, el tinto tiene un olor extraño en nariz, dada
la composición del terreno. También producen miel de palma, aunque la Comunidad
Económica Europea, les niegue esa denominación por considerar que es la savia
de la palmera conocida como “guarapo” y que debería llamarse sirope. Los
gomeros llevan cientos de generaciones llamándola miel y así debemos
respetarla, con ella elaboran la repostería tradicional.
Las localidades de Agulo, San Sebastián , Alajeró,
Hermigua, Valle Gran Rey, Vallehermoso y el Parque de Garajonay, sus telas
tejidas en antiguos telares, la cerámica negra moldeada sin torno, la miel de
palma, los utensilios de caña y mimbre, la ensalada de papaya con queso blanco,
el potaje de berros, la leche asada, la morcilla con canela o la vieja con
papas, les están esperando y merecen una visita o varias.
Para seguirme en twitter; @cduerto
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